13/4/06

En su grandeza

«De suerte que el artista puede verse tentado a desarrollar, en beneficio de su arte, cierta concepción de vida moral o de heroísmo moral, cierto sistema de valores morales, de normas e imperativos morales, todo ello enderezado a la bondad de su obra, no a la de su alma. Esto es lo que yo llamaría la tentación de una moral meramente artística. Pienso que en este sentido el papel que desempeñaron Walter Pater y Oscar Wilde en el siglo pasado fue no poco importante [...]

A decir verdad, el arte se propuso encerrarse en su famosa torre de marfil durante el siglo XIX sólo a causa de la desalentadora degradación de su medio: actitudes positivistas, sociologistas o materialistas. Pero la condición normal del arte es completamente diferente. Esquilo, Dante, Cervantes, Shakespeare y Dostoyevski no escribieron en una campana de vacío. Todos ellos tenían generosas intenciones humanitarias. No escribieron suponiendo que no importaba lo que escribían [...]

Cierta falta de integración moral y psicológica y como resultado de ello, cierta disociación entre la sensibilidad y la facultad creadora del intelecto o la imaginación, contribuyeron de alguna manera a producir la belleza particular y las deficiencias de la poesía de Poe o de Hart Crane. Un veneno moral que a la larga, tuerce el poder de visión, terminará, en virtud de una repercusión indirecta, por desviar la creatividad artística, aunque tal vez ese veneno la haya estimulado o sensibilizado momentáneamente. A la larga, la obra siempre la revela. Cuando se trata de grandes poetas, este tipo de revelación no impide que la obra sea grande y de gran valor; pero así y todo, señala cierta debilidad en su grandeza [...]

Lo más real del mundo escapa a un alma oscurecida.»

Jacques Maritain, 1961
La responsabilidad del artista


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