En busca de esa poesía que «expresa el misterio» viene en nuestro auxilio Søren Kierkegaard.
Es él, no Nietzsche, quien liquida las pretensiones de los idealismos y, al mismo tiempo, de la religión como estadio de la razón universal. Kierkegaard eleva la poesía a rango máximo en cuanto empresa que parte hacia lo verdadero y que no puede pues desvincularse de lo religioso: «La poesía y la religiosidad nos liberan del vaudeville de la mundana sabiduría del vivir. Todo individuo que no vive o poética o religiosamente es tonto.»
Y dice tonto; no impío, mezquino, indigno, u otro adjetivo moral. Es tonto porque, como el que se sentara en un lodazal teniendo ante sí un prado, vive en una región desfavorable y nociva de la existencia. El que sabe solo de lo práctico, se perjudica a sí mismo.
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