15/5/11

Espacios invisibles

Aparecieron lugares vacíos en la ciudad, suelo natural cuando ese adjetivo sonaba ya raro y solo se usaba para alimentos o cosméticos más caros.

Salió y faltaba un edificio de la esquina. Luego otro. El hecho se repitió en calles del casco antiguo y avenidas concurridas. Pasado un tiempo se habían abierto zonas de vegetación desconocida que tendían a unirse con parques y jardines. Alguien pensó en seguida que no importaba: si la tierra no es una necesidad vital, ¿para qué administrarla?

Esas zonas –verdes antes, invisibles ahora– fueron quedando al margen de la ley. La policía no accedía a ellas. Se formaron enclaves con colonias de predadores, bestias similares a los facoceros africanos, en cuya proximidad vivían humanos y androides no identificados.

Alguien pensó que eso tampoco importaba. La antropología contemporánea era incapaz de penetrar estas islas de pensamiento salvaje. Como en las películas del siglo veinte, tal vez quedara algún experto en una universidad remota o alguna referencia escrita en papel que pudiera arrojar algo de luz. Lo fácil era creer que se trataba de una cultura de cazadores-recolectores, pero los cobertizos se levantaban con basura espacial y no había refugio más codiciado que bunkers atómicos o centrales nucleares desguazadas.

En mis tiempos infantiles hubo también descampados. Hice hogueras con mis propias manos en medio de la ciudad. Pero esto no es igual. Esas plantas han mutado; esos ojos te ven pasar entre la maleza; esa mugre no es de suburbio dickensiano.



2 comentarios:

  1. Este texto se merece ser desarrollado en formato cuento o novela breve.

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  2. Sí, así será. Estas son las primeras formas literarias de la idea. Frutos tempranos.
    Seguro que hay filmografía sobre el tema.

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