Cuando fue joven miró esta misma avenida, calle de la Princesa, sin saber qué decir de la ausencia y sin poder hablar.
Había algo del flujo y reflujo de una playa; había intervalos dilatados de quietud.
Ahora nada de eso estaba allí.
Cerró los ojos para ver.
En la espera jamás se consumía.
Ningún fuego poseía sus huesos.
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