Ikiru es un poemario de Carolina Sarmiento (2018)
ilustrado por Carlos Rivaherrera
Todo adquiere una súbita gravedad cuando el señor Watanabe recibe en el hospital la noticia de que va a morir. Es como si un foco de luz intensa se hubiera encendido sobre su vida y esta mostrara ahora su consistencia, su indecible fragilidad. Lo trágico para él no es la muerte misma, sino entender que va a morir sin siquiera haber vivido. Lo doloroso no es morir acá o allá —dice el poema de José Hierro— sino sin gloria.
En efecto, la cuestión central de esta historia filmada por Kurosawa en 1952, Ikiru, es exactamente la nuestra: queremos vivir eso que anhelamos vivir antes de que sea demasiado tarde y que, en gran medida, se nos escapa. Sumidos en la confusión o atrapados en un calendario cargado de fechas inaplazables —una presentación, un cumpleaños, una reunión—, el vivir queda sepultado bajo montañas de ropa sucia y de tareas a medio hacer.
Una respuesta clásica ha sido el apartamiento y la soledad, más o menos como relata Thoreau instalado en su cabaña junto al lago Walden para averiguar si podía aprender lo que la vida le tenía que enseñar. Valiente apuesta, sin duda, pero en realidad innecesaria. Cualquier instante y cualquier ocupación pueden servir, en la medida que se viva con atención, cuidado y relación. La vida es nuestro maestro cuando se escucha de verdad.
Ikiru alude a este despertar, a este estar aquí percibiendo, existiendo, entregándonos a la solicitación incesante del presente. Allí donde estamos, ese es el mejor lugar para comenzar, para percibir el fondo de la vida donde cada cosa habla en su ser.
Muchas veces lo simple —un poema breve— nos adentra en el territorio del no saber, y es ese territorio extraño lo que hay que atender. Recuperar nuestra ductilidad para percibir y percibirnos: desde ahí nace Watanabe a una nueva vida, a unos meses finales entregados con plenitud. La autenticidad está también en la inmediatez de su respuesta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario