6/1/21

Prólogo --- 'Así fue el triunfo de la nada' (Patricia Valmurián)

Así fue el triunfo de la nada 
Editorial Gravitaciones, 2021
Juan Gallo 
12.12.2020
 

Así fue el triunfo de la nada es el diálogo de dos emboscados que vagan por un oscuro paisaje nihilista. En ese mismo paisaje nos encontramos hoy todos en cierta medida. Una conciencia apocalíptica impregna la cultura contemporánea, tanto en su fondo filosófico como en sus manifestaciones más visibles: crisis financieras, emergencias climáticas, ataques islamistas o pandemias.
 
El término emboscado, por su parte, proviene naturalmente de los escritos de Ernst Jünger, a quien la autora ya señalaba como una fuente de este libro en la presentación de su manuscrito. Emboscados son aquellos singulares individuos que han sabido conservar la plena vitalidad de su espíritu en un mundo que se desmorona.

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Y para empezar, ¿qué significa nihilismo? Muy concisamente, que los valores que daban respuesta al sentido de la existencia han perdido su aceptación y vigencia. «Nihilismo: falta el fin, falta la respuesta al '¿para qué?'».
 
Uno de sus ejes sería la conocida 'muerte de Dios', pero esto no se reduce a una disputa teológica. La existencia entera se tambalea. No solo es que no haya Dios: no hay fundamentación ética, no hay sujeto dotado de voluntad libre, no hay conocimiento cierto… Queda un yo precario y el vacío inane que lo circunda. Valores y creencias se adoptan solo provisionalmente, para ser pronto descartados y sustituidos por otros distintos. Este consumo acelerado equivale de facto a no creer en nada, y supone la trivialización de la vida y un estado interior que oscila entre el hedonismo y la apatía.
 
La dignidad del hombre se ha transformado pasmosamente en su contrario. Si bien ahora todo le está permitido, su libertad es una condición desesperada que le infunde más angustia que plenitud. Como se ha dicho, el hombre es una pasión inútil, una nada consciente de sí, una absurda contingencia entre tantas otras.
 
Este sujeto debilitado resulta así presa fácil para las estructuras de poder. Tenderá a aceptar algo antes que la nada, cualquier seguridad antes que el vacío aterrador, si ello lo exime de su responsabilidad existencial. Para la persona que ha perdido su fondo interior —o más bien, que ni siquiera cree que existe— no hay fuerza ni valores con los que oponer resistencia a la coerción política, dotada además ahora del colosal poder de la tecnociencia.
 
Dispositivos, redes, noticias y mil estímulos alejan al hombre de su verdadero ser. «He aquí un gran misterio del hombre. Pierden lo esencial e ignoran que lo han perdido». Hoy día parece imposible vivir ajeno a los desarrollos tecnológicos, cuyo ámbito de intervención no reconoce límite alguno, avalados por sus insondables 'comités de expertos'. Y en esto, exactamente, consistía la posthistoria: el hombre vaga por un paisaje nihilista, donde es incapaz de discernimiento moral y de acción histórica.

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Con todo, siempre quedan individuos singulares que conservan su plena libertad interior. Estos emboscados generan movimiento a su alrededor y muestran que las conductas practicadas por la mayoría no constituyen una referencia moral. Emboscado y resistente son pues términos muy cercanos, y toda la maquinaria del poder se movilizará para hacerlos creer que se encuentran en inferioridad: no solo numérica, sino también en estatura moral.
 
El emboscado no actúa como un revolucionario que desea cambiar el mundo. Es un solitario que toma conciencia y ejecuta aquello que se le aparece como justo. Vive asentado en sus propias fuerzas, que son, en realidad, recursos atemporales o veneros de poder cósmico que no pueden ser diluidos en la contingencia. La fuente mana ininterrumpidamente del interior: «El propio pecho: he ahí, como antiguamente en la Tebaida, el centro de un mundo de desiertos y escombros».
 
Nada hay más alejado del poder de las mayorías. El recurso del emboscamiento puede ser adoptado por un grupo reducido, y aun por un solo individuo. Este no pertenecerá por ello a una estirpe de 'elegidos', sino que su condición está al alcance de todo ser humano. A veces se trata de personas completamente normales, pero que se ven envueltas en circunstancias excepcionales: en la vecindad de la catástrofe disminuye el miedo y aflora la realidad profunda de la persona.
 
El bosque es pues una condición transversal e invisible. Puede darse en cualquier lugar. Hay bosque en los despoblados y hay bosque en las ciudades; en estas el emboscado vive escondido o lleva puesta la máscara de una profesión. Hay bosque, en fin, allí donde un individuo logra oponer resistencia a la nada desde los espacios inagotables de la libertad.
 
En una entrada de su diario de 1945, Jünger anotaba que la palabra poética «no solo tiene fuerza histórica, sino también fuerza creadora. De ahí que uno de los indicios de la catástrofe sea la extinción de los poetas». Pese a tanta tribulación, llegamos al término de este año 2020 y los poetas, ciertamente, no se han extinguido. Las voces que aquí escuchamos dan testimonio de ello.


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