14/5/06

Teoría de las distancias

La vida es una teoría de las distancias, y no tan estúpido como puede creerse el culto a la pura velocidad que profesa la época moderna. La velocidad es tan simple como sus elementos, espacio y tiempo, pero termina triunfando sobre ellos y convirtiéndolos en cualidades subjetivas: gracias a ella, algunos pueden estar en más sitios en menos tiempo, disfrutar de más idas y más vueltas, consumir más mundo en menos horas.

Pero, probablemente, cuando B. alzaba la señal roja de «Stop» para detener el tráfico y dar paso a los niños a la salida del colegio, no necesitaba reflexionar sobre los espacios euclídeos, ni mucho menos desperdiciar un segundo argumentando su decisión de cambiar de coche. Sabía que las cosas aquí no son muy diferentes que en Caracas o Chicago donde el valor de un hombre se mide aún en caballos de vapor. Lo que nos queda a la vuelta de estos lugares es una visión mecanicista y osada de la vida, de traviesas de ferrocarril o de carretera derretida en la distancia. Con las llaves de su coche nuevo en la mano, sintiendo el frío del acero y los dientecillos de sierra, pudo mirarse al espejo y pensar que había ganado mucho como persona.

«Me gusta conducir» significaba, en realidad, me gusta que me vean conducir, o me gusta que si piensan en mí me imaginen conduciendo. Las traviesas del ferrocarril se aproximan y el mapa del mundo se contrae como un globo desinflado, surcando infinitos caminos guiado por lamparitas de Navidad, atravesando maravillosas «M» mágicas... Así debe ser. Si no hay criatura que iguale la textura del asfalto, si el espíritu de neón vino a posarse directamente sobre las márgenes de estas autopistas, deben conducirnos al lugar donde los sueños se hacen realidad.


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