23/10/06

Aristóteles, poética, hombre

La respuesta al primer idealismo aparece hace veintitrés siglos y aún hoy resulta paso obligado.

El arte es esencialmente representación –por supuesto, no de las Ideas–: las artes plásticas imitan las impresiones visuales; «la poesía imita la acción humana a través del verso, la canción y la danza».

Pero no todas estas obras-representaciones son iguales. Su bondad se mide de acuerdo a «la coherencia, credibilidad y sensación de inevitabilidad de su argumento», es decir, por su verosimilitud. Y conducta verosímil es la conducta universal del hombre, en cuanto opuesta a las acciones particulares que un individuo pueda haber realizado en unas circunstancias dadas. Por eso la poesía es superior a la historia –lo poético a lo empírico–, porque el artista hace plausible su obra vinculándola a verdades universales, porque el artista descubre y revela la naturaleza humana.

¿Y cuál es su fin? Además del conocimiento, intelectual y moral, se trata simple y llanamente de proporcionar una experiencia agradable. La obra tiene un valor formativo, un valor lúdico y un tercero algo sorprendente. La representación de la acción humana, mediada por la distancia escénica, permite la catarsis o purificación de las emociones potencialmente nocivas: «A través de la piedad y el miedo, se realiza la purgación propia de esas emociones». Valor terapéutico.

El objeto del arte (la acción humana) y los fines del arte (aprender, gozar, sanar) refieren todos al hombre. La poesía lo ayuda a ser más humano, es decir, más universal, menos ceñido a la contingencia.