27/2/12

Mirar el cielo

Tenía pocos años y apenas podía creer que ese cielo fuera real. Lo hacía pensar en cajas de lápices de colores, en montañas nevadas, en series de televisión con bosques de enormes árboles.

Sí; miraba la televisión, pero en seguida giraba la cabeza y se imaginaba fuera. Aquello no podía ser real. Sentado en la terraza, se le aparecía la idea «el cielo no es azul» y eso era suficiente para estremecerlo.

Habría bastado saltar desde la terraza para estar más cerca, pisar sobre las nubes, tocar las estrellas con los yemas de los dedos. Así suspendido —aunque pronto lo llamarían desde dentro de casa con alguna simpleza— pensaba solo en el cielo.


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