14/12/15

Henri Nouwen: Trapecios

La compañía procedía de Sudáfrica y se llamaba The Flying Rodleighs. Sus actuaciones tocaban algo muy profundo en Henri y eran como la materialización de sus deseos más osados. Para él, estos trapecistas mostraban de una forma insuperable qué es la vida: Caer y levantarse. Atreverse a saltar y ser recogido. Confiar. Poder entregarse el uno al otro.

«Si pretendes ser una estrella, estás perdido», le habían dicho. «Sin modestia no puedes estar en esto del circo». En una conversación de caravana, el jefe de los Flying Rodleighs le explicó qué era lo realmente importante en sus actuaciones:

—Mira —dijo Rodleigh—, el secreto consiste en que el volador no haga nada y que el receptor lo haga todo. Cuando vuelo hacia Joe solo tengo que extender los brazos y las manos, y esperar que él me agarre y me devuelva a la plataforma.

—¿Y tú no haces nada? —respondí muy sorprendido—. No, absolutamente nada —respondió Rodleigh—. Lo peor que puede hacer el volador es intentar atrapar al receptor. Yo no tengo que agarrar a Joe, sino Joe a mí. [...] Un volador solo vuela, un receptor solo recoge; el volador, con los brazos extendidos, debe confiar completamente en que ¡su receptor lo agarrará en el momento perfecto!

Cuando Rodleigh me contó esto, con tal convicción, me vinieron a la mente las palabras de Jesús: Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu. Morir significa ¡confiar absolutamente en el receptor! Y cuando atiendo a un moribundo, le digo: «No tengas miedo. Piensa que eres el hijo amado de Dios. Él estará en su sitio cuando tú des el gran salto. No intentes agarrarlo a él, él te agarra a ti. Solo extiende las manos y confía, confía, confía!».


Henri Nouwen: Geliebt sein
Herder, 2009

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