Editorial Gravitaciones, 2022
22.09.2022
Publica esta editorial su primera obra de autoficción, esto es, un diario personal que combina imaginación literaria y elementos biográficos. Dietario de un ex nos va a conducir ante situaciones hilvanadas con exquisito humor e ironía, en algunas de las cuales nos podremos fácilmente reconocer.
Esencialmente se nos invita a una exploración sobre la naturaleza y los límites de la identidad personal. Esto, que en otros ámbitos se conoce como investigación fenomenológica, es un esfuerzo de su protagonista y narrador por entender las percepciones e interpretaciones de lo que le va sucediendo. La construcción de una perspectiva en primera persona, y no tanto desde ideas, valoraciones o puntos de vista externos: Por fin empiezo a verle un sentido a este dietario. De pronto, he descubierto qué impulsa mi escritura. Lo que persigo es acometer un análisis crítico de mi momento vital actual.
Ese «momento vital» es particularmente problemático: la pérdida de ciertas claves de su identidad y la consiguiente desorientación y crisis personal. ¿Cómo se produce?
La identidad se puede entender, inicialmente, como la conciencia que cada persona posee de ser ella misma y, por tanto, diferente de las demás. Algo tan simple como que «yo soy yo», que «yo no soy tú y que tú no eres yo». Esta identidad no se reduce a mera autoconciencia, sino que tiene un contenido biográfico. A lo largo de los años nos vamos reconociendo en determinadas actitudes, valores, acontecimientos, objetos o personas que alimentan la percepción de lo que somos. Esas identificaciones nos brindan «un lugar en el mundo»; nos generan seguridad.
¿Y en nuestro tiempo, en que tantas de esas circunstancias biográficas se han vuelto inciertas, inestables o «líquidas», cómo experimentamos la identidad? ¿Cómo sigo siendo yo cuando aquellos elementos que me daban consistencia se disuelven «como lágrimas en la lluvia»? Pues cada vez que cerramos (o nos cierran) un capítulo de nuestra vida perdemos una determinada condición y, por ende, una parte de nuestra identidad. Cuando las pérdidas son recurrentes, el yo se siente abrumado ante su progresiva irrelevancia: Ser un ex equivale, en definitiva, a no ser nada, a no ser nadie. Incluso menos: constituye no ya ser en la práctica nada, sino ser absoluta y completamente nada.
Vemos ya que la identidad no es una cuestión individual. Ser como soy no depende solo de mí mismo, sino también de la consideración que me otorgan los otros. Esta afirmación es algo gruesa y requeriría matizaciones, pero baste señalar que la relación interpersonal nos conforma tanto exterior como interiormente. En cierta y variable medida, nos vemos a nosotros mismos a través de los ojos de los demás: Incluso, a pesar de que ahora no logres creértelo, en el pasado representaste alguien valioso ante ti mismo; te importabas, y mucho, gracias a la belleza que en ti advertían la atención, la mirada, la estima ajenas.
He ahí el nudo de Dietario de un ex: la identidad, la autoestima y la mirada del otro son inseparables. El relato de mi vida en primera persona se confronta a los relatos de terceros. Yo quiero ser algo valioso a mis propios ojos, pero a la vez me siento sometido al escrutinio de los demás, que determinan en qué medida lo soy o puedo llegar a serlo. ¿Cómo y cuánto me condicionan esos relatos? ¿Soy lo que yo quiero ser o me guío por lo que el otro me propone, aprueba, reprueba...? Ciertamente mi vida es mía, pero sentir que desaparezco de la vida de los demás hace que mi identidad y mi autoestima se tambaleen.
Ese es el malestar de nuestro ex, que escribe contra reloj para explicarse, para entender lo que le está pasando, y asimismo para distanciarse de una realidad amenazante. Aquello que era se le escapa entre los dedos. La zozobra se reproduce en otras facetas como hijo, padre, cónyuge, profesor, amigo o compañero de trabajo. Desde la indiferencia percibida en los demás se siente llegar a un desierto emocional: Carezco incluso de esa remembranza de haber habitado una forma de ser diversa. [...] No siento, en fin, tampoco, ni una desasosegante angustia ni el vértigo de mi pérdida de significado.
La condición de ex entronca, a fin de cuentas, con el carácter temporal de la vida humana. El propio paso del tiempo implica convertirse en un ex, en muchos sentidos, para mí mismo y para los que me rodean. Que lo vamos abandonando todo en el camino de la vida y que la muerte se convierte en elemento igualador es condición clásica y consabida. El tópico ubi sunt, las Coplas de Manrique o las atribuladas consideraciones de este dietario apuntan a la más horrible de las posibilidades existenciales para un sujeto, la posibilidad de dejar de ser por completo, la de convertirte en una absoluta y pura nada.
Todo lo dicho hasta aquí tiene su coherencia lógica y sentido. Y sin embargo no es la última palabra. Algo así confiesa también nuestro ex.
Y es que el desconcierto específicamente contemporáneo tal vez se deba a un desajuste de la atención. Lo más permanente parece aburrido y superado, mientras que lo novedoso es espléndido, rutilante y se debe atrapar antes de que sea demasiado tarde. El desajuste no se reduce a gustos, escaparates o modas, sino que invade la vida interior. Sin memoria y sin horizonte moral, apenas se logra un objetivo, este deja de tener valor, se abandona y se ha de empezar desde cero. Cada vez con menos arrestos y fuerzas. Castigo y pesadilla de Sísifo.
La buena literatura nos ayuda aquí a elevar la mirada. Pues igualmente cierto es considerar que todo lo que se ha sido y se ha hecho no se disuelve en la nada, sino que constituye el suelo donde crece lo que en este momento soy. No es lo mismo «haber sido algo y no serlo ya» que «nunca haberlo sido. Somos fruto de nuestras sucesivas condiciones de ex. Ser un ex, por tanto, no solo no es una desgarradora tragedia, sino que es el único modo humano de ser y de llegar a ser.
Tienes en tus manos el diario personal de alguien que se parece, y que difiere también, de Javier Barraca Mairal. Comienza la aventura de nuestro juicioso y entrañable ex.
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