El poeta escéptico gusta de disonancias, de furor,
hasta que sopla vendaval en sus acordes rotos
y recuerda que existen los árboles.
Como centinela surrealista toma notas, transcribe,
curtido al viento y la trepidación del Metro,
excava fragmentos de teoría.
Ya de entrada me resigno al ánfora «mitólogos»
junto a una llaga abierta y algún grano de arena.
Nada de crimen. Se nos viene encima un chileno.
Revientan las puertas del armario de letras.
10/5/06
Gran crimen
A Mario Ortega
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