3/12/08

Orígenes accionistas

Sobre 1960 surgió el arte de assemblage frente al tradicional arte de creación. A esta corriente pertenecen, por ejemplo, Rauschenberg y su «Macho Cabrío con Neumático» o el funk art de Edward Kienholz: lo enfermizo, andrajoso, viscoso... hasta llegar a cadáveres y descuartizamientos.

Bajo apariencias irreconciliables, este movimiento convergía sin embargo con lo neutro impersonal del minimalismo. No se pretendía crear algo para ser percibido, sino crear una alteración de la percepción: introducir al espectador en algo «transestético». Esos son los orígenes estéticos del accionismo.

El laboratorio multidisciplinar de Black Mountain College, figuras como John Cage y su 4’33’’ (1952), o Merce Cunningham aplicando «artísticamente» sonidos y movimientos cotidianos, recuperaban la línea futurista de «El arte de los ruidos» de Luigi Russolo. Durante la década de los sesenta se realizaron acciones en granjas, filmotecas y locales de arte, que, en el clima de la época, solían llevar una lectura política asociada. Así, Stockhausen, Nam June Paik, Yoko Ono, Wolf Vostell y la corriente neoyorquina que Maciunas denominara Fluxus (1961).

El accionismo era un paso lógico desde los assemblages y environments. Había aparecido en los Estados Unidos, bajo las denominaciones de Live Art, Action Art o Performance, pero se nutría notablemente de la emigración europea posterior a la Guerra Mundial.

Por su parte, el accionismo europeo se mantuvo siempre más duchampiano. Yves Klein, tomando el cuerpo como pincel en sus pinturas monocromas, Antropometrías (1960); Manzoni, en sus performances conceptuales sobre los límites de lo artístico, Mierda de artista (1961); Joseph Beuys, agitando sin cesar la conciencia social desde la Academia de Düsseldorf, Todo hombre es artista (1965).

El accionismo europeo era mucho más intelectual que los estudiantiles festivales neoyorquinos, con menos aire de travesura, y más deseoso de recuperar el estatuto visionario del artista. No bastaba con crear un collage envolvente de sensaciones, tiempos, gestos... Y aunque aquellos artistas pretendían borrarse del centro de la escena, sus acciones, en cambio, no dejaban de recalcar su personalidad. A decir verdad, muchas veces no había otra cosa: personalidad de artista.


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