10/6/11

Eremitas

Las estadísticas son difíciles, por no decir imposibles: los ermitaños rara vez responden a cuestionarios. Sabemos que no se ganan la vida ya guardando santuarios, hospicios o puentes, ni son tampoco esos personajes románticos que combaten demonios y serpientes en una cueva. Residen en la gran ciudad. Pero si oficinas y tiendas están vedadas para ellos, ¿cómo se sustentan?, ¿dónde están?

Se me ocurrió que una ocupación idónea tal vez sería conductor de Metro y acudí a su Centro de Personal. Esta vez no me equivoqué. Entre despachos de sindicatos y acrónimos indescifrables, reconocí inmediatamente a un prior dominico que me informó de los requisitos de la convocatoria: penitencia, sacrificio, ayuno, alejamiento y contemplación. Abandonar el ego superficial y el mundo que lo sustenta. En eso consiste la prueba.

Como en tiempos medievales, así sucede ahora en las redes de transporte público. Los ascetas se han visto obligados a entrar en cenobios y abrazar sus uniformes grises o azules con voto de obediencia. El Metro es en realidad un lugar sin decisiones, sin incertidumbre, una ola que te conduce en su cresta y te alivia de la zozobra cotidiana. Todo se vuelve cadencia. Caverna de dichosa soledad.



4 comentarios:

  1. Ya lo sospechaba yo.
    Bravo.
    Este texto lo podríamos clasificar como CVG (Calvino/Vilas/Gallo)

    Muy bueno.

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  2. Gracias, poeta. Y además abre posibilidades. Ya veo eremitas en supermercados y cines.
    "La italona ha sido incluida en la lista de sustancias dopantes", informa el portavoz de Metro, señor Gamoneda-Vilas.

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  3. En las cocheras contiguas a mi taller, los conductores de tranvías lucen barbas eremíticas. Son como morabitos arrobados a los mandos de modernas naves. Ninguno se sale de la norma de su misteriosa Orden. Hace tiempo que me fijo en ellos.

    Pablo

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  4. Los actuales eremitas comen bocadillos de chorizo picante

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