Era marino, pero también un navegante infatigable. Maquinistas, guías, agentes comerciales, azafatas y tantas otras gentes de desplazamiento tabulado llevan en el fondo una vida muy sedentaria. Sus almas nunca salen de casa.
Quién no ha despertado alguna vez en una estación y confundido, pongamos por caso, Frankfurt con Alicante. Las estaciones ferroviarias se parecen tanto unas a otras como las bodegas de los barcos, y las operaciones de desatraque y fondeo repiten el traqueteo impertinente de los catres desvencijados. Movimiento continuo asimilable al reposo. En cuanto a los mares, su división es un puro alarde jurídico, pues todas las aguas son una y la misma masa desde el tercer día del Génesis.
Aquel “Ven y me descubrirás” que escuchara Conrad ante cada nueva línea de costa, se nos antoja ahora desafío juvenil o insinuación prostibularia. El lector vislumbrará ensenadas y selvas feraces, pero nada en el mundo odia tanto un marino como comer a deshora.
La verdadera enseña de un barco es su ancla.
Por eso comencé aclarando que era marino, pero también navegante.
17/6/11
Navegación
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¿Y para cuándo levará anclas joven Ismael?
ResponderEliminarEstamos embarcados en Nantucket y puedo decir que Achab no es tan fiero como lo pintan. Si soplan vientos alisios, en apenas dos semanas alcanzaremos la ría de Vigo y sus afables balleneros.
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