Pero tú no paras de nacer,
brote perpetuo
entre revoloteos de manos.
Ha caído un árbol pesado sobre la nieve.
Ha cantado ya el ruiseñor de la medianoche.
Un violento crujido de buques
sobrecoge mi aliento y el mar.
No lo rechazo.
No lo temo.
No paras de nacer
como la niebla que me mira y envuelve.
Incesante
la belleza del barro
cada vez que respiras.
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