«El amor de enamoramiento se caracteriza por contener, a la vez, estos dos ingredientes: el sentirse encantado por otro ser que nos produce «ilusión» íntegra y el sentirse absorbido por él hasta la raíz de nuestra persona, como si nos hubiera arrancado de nuestro propio fondo vital y viviésemos trasplantados a él. [...] No importa que la entrega corporal o espiritual se haya cumplido o no. Lo esencial es que se sienta entregado al otro, cualquiera que sea la decisión de su voluntad. No es un querer entregarse: es un entregarse sin querer.
Es, pues, esencial en el amor de que hablamos la combinación de los dos elementos susodichos: el encantamiento y la entrega. Su combinación no es mera coexistencia, no consiste en darse juntos, lo uno al lado de lo otro, sino que lo uno nace y se nutre de lo otro. Es la entrega por encantamiento. [...] La palabra «encanto» tan trivializada es, no obstante, la que mejor expresa la clase de actuación que sobre el que ama ejerce lo amado. Conviene, pues, restaurar su uso, resucitando el sentido mágico que en su origen tuvo.
El fenómeno psicológico del deseo y el de «ser encantado» tienen signo inverso. En aquel tiende a absorber el objeto; en este soy yo el absorbido. De aquí que en el apetito no haya entrega de mi ser, sino, al contrario, captura del objeto.
Un paso más y podremos decir sin excesiva extravagancia que el amor es un hecho poco frecuente y un sentimiento que solo ciertas almas pueden llegar a sentir; en rigor, un talento específico que algunos seres poseen, el cual se da de ordinario unido a otros talentos, pero que puede ocurrir aislado y sin ellos. [...] No se enamora cualquiera ni de cualquiera se enamora el capaz. El divino suceso se origina cuando se dan ciertas rigorosas condiciones en el sujeto y en el objeto. Muy pocos pueden ser amantes y muy pocos amados».
Ortega (1925): «Para una psicología del hombre interesante», pp. 33-39.
En «Estudios sobre el amor», Revista de Occidente, 1966.
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